Extracto
del CAPÍTULO 4
El
alquimista
Un
joven, deseoso de buscar el verdadero conocimiento, abandonó todo y resolvió
llevar una vida errante, para dedicarse enteramente a la búsqueda de la sabiduría.
Estaba
en una cierta zona de Asia, cuando oyó hablar en una ciudad de un hombre sabio
que vivía en una montaña lejana, y que tenía la capacidad de fabricar oro de
las piedras. Al oír esa historia, decidió ponerse en camino, encontrar a ese
sabio, y pedirle que le enseñase ese maravilloso poder.
Tras
muchas jornadas de camino y penalidades, consiguió llegar al lugar donde vivía
el alquimista, y le pidió que le enseñase el don de fabricar oro. El anciano
le miró compasivo, le dio una escoba de barrer y le dijo: «Más tarde te enseñaré.
Ahora, coge esta escoba y ponte a barrer».
Cuando
hubo terminado, el joven volvió a su petición, pero el anciano le dio un
delantal, y le conminó a que se metiera en la cocina y preparase algo para
comer. «Mañana te enseñaré lo que quieres saber —le dijo—. Hoy se ha
hecho muy tarde».
Al
día siguiente, el alquimista encargó al muchacho multitud de tareas: cavar un
campo de hortalizas que había cerca, arreglar el techo de la cabaña, ordeñar
unas cabras... por la noche, el joven volvió a preguntar, pero obtuvo la misma
respuesta: «Mañana».
Pero
el día siguiente fue igual que el anterior: trabajos y más trabajos. Y fueron
pasando los días, las semanas, los meses y los años, y el muchacho no cesaba
de trabajar, de encargarse de toda clase de faenas. De vez en cuando, le
recordaba al anciano su demanda, pero siempre
era igual la respuesta: «Mañana».
Así,
llegó el momento en que el muchacho, ya maduro, se olvidó de preguntar: Ya no
recordaba la intención que le había llevado a aquel lugar. Se limitaba a
trabajar y a descansar.
Entonces,
una mañana, el maestro le llamó y le dijo: «Muy bien, deja eso que estás
haciendo y ven conmigo, porque voy a enseñarte ahora cómo fabricar el oro».
El
muchacho, que estaba regando la huerta, respondió inmediatamente, sin volver la
cabeza: «Mañana, maestro, ahora estoy muy ocupado. Estas plantas necesitan
agua».
El
Camino del medio
El
monje Lucas, acompañado de un discípulo, atravesaba una aldea. Un viejo
preguntó al asceta;
¾Santo
hombre, ¿cómo me aproximo a Dios?
¾Diviértete.
Alaba al Creador con tu alegría ¾fue
la respuesta.
Los
dos continuaron caminando. En este momento se acercó un joven:
¾¿Qué
hago para aproximarme a Dios?
¾No
te diviertas tanto ¾dijo
Lucas
Cuando
el joven se hubo alejado, comentó el discípulo:
¾Parece
que no sabe usted muy bien si debemos divertirnos o no.
¾La
búsqueda espiritual es un puente sin barandillas atravesando un abismo ¾respondió
Lucas¾.
Si alguien está muy cerca del lado derecho le digo “ve hacia la izquierda”.
Si se acercan al lado izquierdo, digo “hacia la derecha”. Porque los
extremos nos alejan del Camino.
Sabiduría inútil
Un siddha
llegó a tener poderes ocultos, lo cual hizo que comenzara a henchirse de
vanidad. Sin embargo, en el fondo era un hombre bueno y había practicado muchas
austeridades.
Para
corregirlo, el Señor apareció ante él vestido de sannyasin y
le dijo: «Señor, he oído que usted ha obtenido grandes poderes ocultos». El siddha
lo recibió con gran respeto y le pidió que se sentara. En ese momento pasó
por allí un elefante, y el sannyasin le
dijo al siddha: «Bien, señor, ¿puede usted, si quiere, matar a ese
elefante?»
El
siddha contestó: «Sí, puedo
hacerlo», y tomando un puñado de tierra la tiró contra el elefante,
pronunciando algunas palabras de encantamiento. De inmediato, el elefante cayó
muerto. Entonces, el sannyasin exclamó:
«Oh, ¡qué maravilloso es su poder! ¡Con qué facilidad ha matado usted al
elefante! El siddha se sonrió al oír estas alabanzas.
El sannyasin
volvió entonces a preguntar:
«Bien, y... ¿ puede usted volver otra vez al elefante a la vida?»
«Sí,
también puedo hacer eso», contestó el siddha, y tiró otro puñado de tierra sobre el elefante muerto, el cual volvió
a la vida y se levantó enseguida.
Al ver
esto, el sannyasin observó:
«¡Su poder es en verdad asombroso! Pero me gustaría hacerle una pregunta:
usted mató al elefante y luego lo resucitó, pero... ¿qué beneficio le ha traído
esto? ¿Para qué ha servido? ¿Le ha ayudado para alcanzar a Dios?» Diciendo
esto, desapareció.
Ropa y comida
Cuando a Mu-Chow, el maestro zen, le
preguntaron:
—Nos vestimos y comemos todos los días.
¿Cómo podemos escapar de tener que ponernos la ropa y comer alimentos?
Mu-Chow contestó:
—Nos vestimos, comemos.
—No comprendo —dijo el monje.
—Si no comprendes, ponte la ropa y come ¾le contestó el maestro.
La
disciplina
En
un pequeño templo perdido en la montaña, cuatro monjes hacían ejercicios
espirituales. Habían decidido hacerlo en silencio absoluto.
La
primera noche, durante la vigilia, la vela se apagó, sumergiendo el lugar en
una oscuridad profunda.
El
monje más joven dijo a media voz:
—¡La
vela acaba de apagarse!
El
segundo respondió:
—¡No
debes hablar, este es un ejercicio de silencio total!
El
tercero añadió:
—¿Por
qué habláis? ¡Debemos callarnos y estar silenciosos!
El
cuarto, que era el responsable de la práctica, concluyó:
—Sois
todos estúpidos y perversos. ¡Yo he sido el único que no he hablado! ¡Soy el
único que me he comportado bien!
Aceptando
el mundo
Uno
de los jasidim* de Rabí Moshé era
muy pobre. Se quejó al rabí de que su estrechez le impedía aprender y orar.
«En
este día y en este tiempo», dijo Rabí Moshé, «la mayor devoción, mayor que
el estudio y la oración, consiste en aceptar el mundo exactamente tal como es».
* jasidim:
judío ortodoxo.
El
valor del silencio
En el pueblo donde vivía
el maestro Hakuin, una joven se quedó embarazada. Su padre la presionó para
que revelara el nombre de su amante y al final, para escapar del castigo, la
joven dijo que era Hakuin. El padre no dijo nada más, pero cuando nació el niño
se los llevó a Hakuin, se lo arrojó y le dijo:
¾Parece
que éste es tu hijo ¾agregando
toda clase de insultos.
El
maestro sólo dijo:
¾¡Oh!,
¿es así? ¾y
tomó el bebé en sus brazos.
A partir
de este momento, a donde quiera que iba, llevaba el bebé consigo, envuelto en
la manga de su túnica. En noches de lluvia y tormenta iba a mendigar leche en
las casas vecinas. Muchos de sus discípulos, considerándole un hombre acabado,
se volvieron en contra suya y lo abandonaron. Hakuin no dijo ni una sola
palabra.
Mientras
tanto, la madre sintió que no podía tolerar la agonía de estar separada de su
hijo. Confesó entonces el nombre del verdadero padre y el padre de la joven
corrió a ver a Hakuin y se postró ante él rogándole que le perdonara.
Hakuin
solo dijo:
¾¡Ah!,
¿es así? ¾y
le devolvió el niño.
Todo lo
que la vida trae está bien, absolutamente bien. Esta es la cualidad del espejo:
nada es bueno, nada es malo, todo es divino. Acepta la vida tal como es.
Creando
felicidad
Un
maestro oriental que vio cómo un alacrán se estaba ahogando. Decidió sacarlo
del agua pero, cuando lo hizo, el alacrán le picó.
Por la
reacción al dolor, el maestro lo soltó, y el animal cayó al agua y de nuevo
comenzó a ahogarse. El maestro intentó sacarlo otra vez, y de nuevo el alacrán
le picó.
Alguien
que había observado todo se acercó al maestro y le dijo:
—Perdone,
¡pero usted es terco! ¿No entiende que cada vez que intente sacarlo del agua
le picará?
El
maestro respondió:
—La
naturaleza del alacrán es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar.
Y
entonces, ayudándose de una hoja, el maestro sacó al animalito del agua y le
salvó la vida.
Todo es Brahma
Un asceta llegó cierto día a la plaza de un pueblo. Se sentó a la
sombra de un plátano, sacó de su humilde zurrón un pedazo de pan, y empezó a
comerlo lentamente.
En
esto, un perro famélico se le acercó. Estaba en los huesos, y miraba
tristemente al asceta y su pedazo de pan. Sin decir nada, el monje comenzó a
darle de comer, de manera que le daba un pedazo al perro, y luego cogía otro
trozo para él.
Los
que pasaban por allí, al ver la escena del asceta enjuto dando de comer a un
perro famélico, se reían de la situación, haciendo burlas de la conducta excéntrica
del penitente. Uno se acercó y le increpó por despilfarrar la comida con aquel
animalucho:
Pero
éste, sin dejar de dar de comer al perro, le dijo:
—Brahma
da de comer a Brahma: por tanto, ¿de qué te sorprendes, oh Brahma?
Explicando
lo inexplicable
Un
maestro estaba comiendo melón y le ofreció a su discípulo.
—¿Qué?
¿Está bueno? ¿Cómo lo encuentras de sabor?
—¡Está
exquisito, Maestro! —respondió el discípulo.
—¿Qué
es lo que está exquisito, el melón o la lengua? —preguntó el Maestro.
El
discípulo se estrujó el cerebro y extrajo de allí al fin la siguiente confusa
respuesta:
—El
sabor del melón, puramente hablando, no existe, sino que lo percibimos en tanto
que sabor debido a la interdependencia entre la lengua y el melón, y no sólo
de estos dos, sino que también...
—¡Imbécil,
más que imbécil! —le dijo el Maestro montando en cólera—. ¿A qué viene
complicarse el espíritu de esa manera? ¡El melón está exquisito! ¡Eso es
todo!
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